El día que el Barça fue la potra y la ‘rauxa’

“Me dio un consejo absurdo: ‘apuesta 100 euros al Barça, ganas 1.100 y te olvidas de esa tía’. Quizá tenía que haberle hecho caso”

He aquí uno de los consejos más absurdos que me han dado en la vida: “Apuesta 100 euros al Barça, ganas 1.100 y te olvidas de esa tía”.

Absurdo no tanto por la idea de superar un desamor a golpe de talonario -que también-, sino por dar por hecho con pasmosa seguridad que los de Luis Enrique iban a remontar nada menos que un 4-0 de la ida contra un PSG que en París parecía una estampida de potencia y talento.

El consejo sólo podía venir de un madridista, acostumbrados como están a que el escudo resuelva por sí solo las situaciones más adversas.

El seny i la rauxa, Renacentismo y cojones de toro

El barcelonismo es otra cosa: el ‘seny i la rauxa’ -lo que vendría a ser temple y garra, y suele predominar lo primero-… Así que usando la razón ni siquiera llegué a plantearme gastarme cien pavos en una apuesta imposible.

El ‘seny’, esa prudencia medio ceniza que caracteriza al barcelonista, es sentarse en el bar diciendo que la remontada es imposible. Es irse del estadio cuando Cavani marca el 3-1. Es no empezar a enloquecer cuando Neymar marca el 5-1 de penalti porque aún es estadísticamente difícil imaginar que un tal Sergi Roberto va a escribir una página muy bestia de la historia del Barça y de la Champions con sólo cinco minutos de partido por delante.

Pero también en la génesis racional del barcelonista y del catalán, hay briznas de empoderamiento de la ‘rauxa’ y reino del caos y la locura. Por eso en el bar un aficionado de 60 años con la camiseta del Barça asegura que no va a meter 6, sino 7, para acabar la remontada tranquilos. Y lo dice convencido.

Contra la belleza renacentista del trazado de pases ‘guardiolista’, los cojones como un toro de Suárez, Neymar, Messi y Piqué agitando árboles como locos para que caigan los frutos en el área, en un sistema que se basa en meter balones a los delanteros. ¡A barraca! ¡A barraca, que allí está el talento! parece gritar constantemente el Barcelona cuando suelta un balón en el perímetro salvaje de Neymar, Messi y Suárez, seguramente la mejor terna delantera de la historia, con un gen ganador sólo comparable al espíritu de Juanito y las corazonadas de Sergio Ramos.

El Barcelona jugó mil veces mejor que los de Emery, que salieron al campo cagaditos de miedo y con un planteamiento de tan rácano infame. Y tiene un talento imparable en el área. Hasta aquí la parte racional de un partido que podría haber acabado con un 3-1 tranquilamente si no llega a intervenir lo imponderable.

La vida, el fútbol y lo divino

La vida para la mayoría de las personas es una secuencia de dormir ocho horas, trabajar ocho horas y tener un ocio apacible las otras ocho. Incluso en el descontrol de las borracheras hay un ‘seny’ que suele poner sus límites al desfase.

Luego están el fútbol y el amor, donde la razón se puede ir a tomar por culo en cinco segundos aunque pareciera estar todo controlado.

Pero en el caso del fútbol en el Barcelona, el ‘seny’ siempre ha tenido un peso mayor que en equipos e hinchadas acostumbrados al grito y el descontrol, al punto de fuga que el fútbol supone en la vida del trabajador. Esta frase de un barcelonista resume ese estado de excepción de las emociones imprevistas vividas ayer: “Sólo he llorado dos veces en mi vida con el Barça, con el gol de Stamford Bridge y con el de ayer”. Ninguno de los dos partidos dieron el título. Qué sinrazón.

¿Se imaginan ver a Angela Merkel bailando la conga y perdonando deudas a destajo? No, los momentos delirantes e inverosímiles que te hacen creer en lo divino tienen lugar en la cama o en un estadio de fútbol. La regla no vale con Trump. Algo de irracional, algo de galopada a lo Aguirre, la cólera de Dios, hay también en la forma en que un pueblo se ha vuelto mayoritariamente independentista de la noche a la mañana en contra de la racionalidad cabezota e intransigente de las leyes y el Estado.

Neymar fue locura con su talento y su fe durante todo el partido, liderando, regateando, espoleando, marcando un golazo de falta y asumiendo la responsabilidad del penalti.

Suárez fue una locura más fea, la del piscinazo constante que acabó dando resultado cuando el árbitro pitó el segundo penalti inexistente.

Messi fue locura cuando se subió a la grada y se convirtió en un tótem inmortal del juego de tronos de la religión azulgrana con esas fotos para la historia.

Piqué fue locura con su culerismo extremo llevándole de esquina a esquina del campo, a liderar los ataques, a cortar las acometidas rivales.

Y cuando ya la razón ha pasado a ser un recuerdo en medio del jaleo padre, pasan cosas que condensan miles de energías. ¿Puede uno empezar a creer en lo divino en un partido de fútbol, cuando lo previsible deja de tener lugar una y otra vez?

Hasta el ateo se vuelve místico cuando todas las energías, las de la fe, las de la ‘rauxa’ y las de la potra, se condensan en un balón y en una bota. El pie de Sergi Roberto era una caja que contenía el posterior llanto masivo que por primera vez en mucho tiempo iba a derramarse por las gradas del Camp Nou. Su remate con el exterior, mientras caía al suelo, de primeras por debajo del balón, elevándola por encima del portero, condensó muchas energías. Allí había mucho del talento y mimo al balón de la Masía (quién sabe si una pincelada de racionalidad entre tanto nervio), pero sobre todo de esa bola salieron disparadas, escupidas hacia la grada toda la fe, toda la potra y toda la ‘rauxa’ que había llevado al Barça hasta allí.

Porque potra también hubo mucha ayer: en el gol en propia puerta, en la caída absurda del primer penalti cometido con la cabeza desde el suelo, en que el árbitro pitara el segundo o en el robo y en la falta que recibió al final un Ter Stegen en campo contrario antes de la remontada final.

Y la potra, la ‘rauxa’ y la fe, cuando están unidas y sobre todo cuando están cargadas con kilos de talento, generan una especie de bola de fuego indestructible que arrasa con todo y te conecta con el más allá por unos minutos. Y al día siguiente lo comentas en la oficina.

El día que el Barça fue la potra y la ‘rauxa’

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