La posverdad mata en Siria

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A pesar de que en 2013 criticó duramente a Obama ante la posibilidad de que atacara al régimen de Assad, Trump ha acabado haciendo lo mismo. El pasado 6 de abril lanzó misiles a una base siria desde donde, según fuentes estadounidenses, se lanzaron los ataques con armas químicas que mataron a casi 100 personas el 4 de abril. Trump tomó su decisión, por cierto, mientras tomaba una tarta de chocolate con el primer ministro chino Xi Jinping en su mansión de Miami. Hay varias teorías sobre por qué Assad lanzó el ataque con armas químicas, que Estados Unidos considera una línea roja que no debe sobrepasar. Algunos hablan de desesperación , otros de estrategia de dominación , una manera de demostrar que nadie puede salvarse. Hay algunos, generalmente escépticos en redes sociales, que alegan que no está probada la autoría del ataque. El analista Scott Ritter en un largo artículo en el Huffington Post cuestiona el “relato occidental” (la guerra siria es también la guerra por el relato) y defiende las pruebas de Rusia, frente a medios como el New York Times o el Washington Post, a partir de fuentes de la inteligencia estadounidense y analistas. La estrategia de los escépticos es siempre “no podemos saberlo”. Es la estrategia de Assad y Putin: la de primero acusar a las víctimas.

Trump se ha dejado llevar fácilmente por las imágenes de las víctimas del ataque, y su respuesta ha sido impulsiva. Es un presidente que basa sus decisiones en lo que ve en la tele, y las imágenes de niños muriendo ahogados le impactaron sobremanera. La historiadora Anne Applebaum en el Washington Post afirma que el giro de 180 grados de Trump en realidad es coherente: es un presidente que da bandazos constantemente y actúa impulsivamente. De ahí el miedo de muchos a que sea el responsable de manejar el botón nuclear. También preocupa su falta de estrategia, de plan más allá del bombazo. En un texto en The Atlantic, Shadi Hamid hace una lista de las falacias sobre la guerra siria: 1) La acción militar no significa cambio de régimen 2) No todo es Iraq 3) La idea de no intervenir es a veces igual de dañina que intervenir 4) ¿Qué otras opciones hay?

Es una idea parecida a la que esboza Michael Walzer en un fantástico artículo de hace unos años en la revista Dissent, donde explica qué debería hacer la izquierda con las guerras (porque van a seguir existiendo). Walzer cree que la izquierda antibelicista es inmovilista por defecto, y considera erróneamente que la mejor política exterior es una buena política interior. También cae en el idealismo que se centra más en cómo deberían ser las cosas (la ONU debería intervenir, o el Consejo de Seguridad debería hacer tal cosa) que en cómo son realmente. Esto no significa que tengamos que aceptar una intervención occidental en Siria, pero si las guerras van a seguir existiendo, al menos deberíamos debatir sobre ellas, sobre si es posible una intervención o una “guerra justa”.  

En el caso de la guerra siria, uno de los grandes problemas es la propaganda y el escepticismo radical de las redes sociales. Muchos escépticos con el relato occidental cuestionan incluso la veracidad de algunos vídeos de víctimas. En un clip viral (tiene más de 4 millones de visitas) la activista canadiense pro-Assad (lo dice ella misma en su web) Eva Bartlett afirma que los Cascos Blancos, una organización humanitaria que ayuda a víctimas sirias, utiliza a niñas como actrices en masacres de la guerra. Un reportaje de la cadena británica Channel 4 desmonta esta retorcida teoría. La web de fact-checkingSnopes también demuestra su falsedad. Muchos escépticos también afirman, sin pruebas, que los Cascos Blancos colaboran con los terroristas (de nuevo, Snopes lo refuta). Es fácil extender teorías de la conspiración, y muy difícil refutarlas. En el caso del ataque con armas químicas, el hilo conspiranoico comienza en medios sirios pro-Assad y acaba en la alt-right estadounidense y la ultraderecha conspiranoica, como explica este artículo en el Economist a partir de una investigación del Atlantic Council .

Pero, aun suponiendo, a pesar de que son acusaciones retorcidas, que las víctimas de algunos ataques son actrices, que Assad no ha atacado con armas químicas y que los Cascos Blancos son terroristas , ¿todo esto significa que Assad es inocente? Es una postura difícilmente defendible. En un largo reportaje , el periodista del New Yorker Ben Taub entrevista a miembros de CIJA (Commision for International Justice and Accountability), que han conseguido durante años recopilar cientos de miles de documentos que incriminan al gobierno sirio. Según uno de ellos, “cuando el día de la justicia llegue tendremos más evidencia de la que hemos tenido nunca desde Nuremberg [en referencia a los juicios de Nuremberg contra el nazismo]”. Es difícil salir de ese reportaje inmune. Se documentan rigurosamente torturas y crímenes de guerra. Los testimonios tienen detrás centenares, incluso miles de documentos que prueban su veracidad. “La tarea de rastrear a antiguos agentes del régimen que querían explicar su papel en el sistema fue simplificada por el hecho de que muchos habían desertado del gobierno sirio.” No está solo el lado humano, que es terrorífico. Hay un trabajo detrás de recopilación para llevar a Assad a un tribunal. Hay varios reportajes, de medios serios, que analizan también los documentos del CIJA. Aquí uno en Associated Press, aquí otro en el Guardian. ¿Por qué es importante decir esto tan obvio? Porque las redes sociales están llenas de tontos útiles que remueven el barro y venden la propaganda de Assad y Putin sin comprobar su veracidad. Cogen lo concreto por lo general, y vuelcan sus prejuicios, filias y fobias para justificar a un criminal de guerra. En casos como la guerra de Siria, la posverdad mata.

La posverdad mata en Siria

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